martes, 8 de diciembre de 2009

Los gatos


Abro los ojos de golpe, estoy como paralizado en mi cama, solo atinando a mirar al techo iluminado por la luz del poste de la calle, que rebota hacia este atravesándolo con una luminosa y confortante claridad.

De verdad, no puedo moverme, lo último que recuerdo es un tremendo y estruendoso ruido proveniente del primer piso, el cual me despertó abruptamente y la sensación de no poder reaccionar moviendo mis extremidades. Siento miedo, pues tampoco puedo hablar, ni gritar, ni nada por el estilo, ¿en serio me asustó tanto aquel estrépito?

No tengo ni idea de lo que me pudo haber provocado esa reacción, pero, por suerte, a los pocos segundos recupero mi movilidad, me destapo, me pongo de pié y enciendo la luz. Mi respiración es acelerada, me extraña eso, pues no había estado pensando en nada particular que me causara temor en ese momento, pero el solo hecho de recordar aquel ruido espantoso me ponía la piel de gallina, así que decido bajar a ver que lo provocó, abro la puerta de mi habitación y salgo, camino descalzo por el pasillo oscuro, enciendo la luz de la escalera y comienzo a bajar de a pocos.

De repente, escucho que algo se desliza entre los muebles, así que me apresuro y enciendo la luz de la sala.

Es ahí cuando los veo. Dos gatos pequeños, de color gris con blanco, con unos gigantescos ojos saltones que se clavan en los míos, se acurrucan atemorizados entre los cojines del mueble más grande, y parece que se atracan entre ellos, pues no pueden salir. Curiosamente, tienen un collar cada uno, como una correa alrededor del cuello, aunque nunca los había yo visto en alguna de las casas aledañas como para pensar en un dueño, así que solo les retiro el cojín que tenían encima pero no se mueven, es ahí cuando los sujeto y los cargo mientras ronronean en mis manos, pero francamente me da miedo que me arañen y rápidamente atravieso la cochera, abro la puerta, y los suelto a mitad de la vereda.

Acto seguido, cierro la puerta nuevamente, e intentando hacer el menor ruido posible para no despertar a nadie (si es que nadie se ha despertado ya con el escándalo, armado sospecho yo, por los felinos) me dirijo a la cocina, desde donde deduzco provinieron los espantosos ruidos.

El único vestigio de luz que tenía era el poste de la calle, la luz de la escalera y la sala, pues yo tanteaba temeroso, los interruptores del pasillo.

Ya en la puerta de la cocina, y segundos antes de ingresar, enciendo la luz y me topo con el espectáculo.

Al menos media docena de piezas de vajilla, entre platos, tazas, vasos y pequeñas ensaladeras yacían hechos añicos en el suelo. Que bueno que no entré a oscuras, pues de haberlo hecho, mis pies descalzos, habrían terminado pagando mi imprudencia.

No recuerdo cuanto tiempo empleé entre regresar a mi cuarto, ponerme unos zapatos, volver a la cocina, barrer, ordenar ese desastre, dejar todo en su lugar y lavarme sin provocar el abrupto despertar de alguien más.

Pero debió ser el suficiente como para acabar con mi sensación y ganas de querer regresar a la cama, pues al hacerlo tan solo me puse a pensar que un par de gatos, pequeños y flacuchos como los de mi sala no pudieron haber causado semejantes estragos.

Fue entonces que de pronto, por mi ventana ya asomaban los primeros signos del amanecer, yo había perdido completamente la noción del tiempo, así que solo atine a ponerme de pié nuevamente, y hacer lo que todos los días al despertar. Coger una toalla, darme una ducha, cepillarme y lavarme, intentar peinarme, sacar ropa del closet y sin reparar en colores ni combinaciones, ponérmela.

Hecho eso, solo cojo la mochila con mis materiales previamente puestos en ella, bajo a la cocina por un improvisado desayuno y salgo, despidiéndome de mi familia, pues cuando despierto muy temprano, soy el primero en partir, sin reparar en lo que demore mi padre que por lo general, nos reparte a todos en nuestros respectivos centros de labores antes de ir al suyo.

Ya parado en el dintel de la puerta a punto de irme, la cierro detrás mío, y veo justo en la acera de en frente, un desfile de gatos pequeños, coincidentemente, muy parecidos al los que expulse de mi sala hacia unas horas atrás, corriendo y maullando, por la calle como intentando, paradójicamente, llamar mi atención, mientras yo solo rió y camino despacio hasta mi paradero con una mano en el rostro, mientras pasan por mi cabeza, mil y un ideas de cómo, acabar con una pandilla de gatos invasores.