miércoles, 24 de marzo de 2010

Mi abuelo, el corredor.


De pequeño vivía en casa de Sergio, mi abuelo materno. Esa casa, la cual visito actualmente con regularidad, es enorme, con una cochera de puerta levadiza, un gran patio principal con piscina, una enorme sala alfombrada y con cuadros en las paredes la cual me daba la sensación de estar en un castillo medieval.

Pero todo eso no era lo que captaba más mi atención por esos días. En cambio lo eran, los numerosos cuadros pequeños que los bordes superiores de las paredes adornaban con fotografías de mi abuelo en sus mejores años, junto a autos pintados de numerosa publicidad.

Alguna vez recuerdo haberle preguntado sobre ello, y el buen Don Sergio, que no se caracteriza precisamente por su laconismo, me comenzó a contar que el comenzó como planchador de autos en un taller, y que poco a poco comenzó a hacerse conocido entre los importantes corredores que al taller llevaban a reparar sus autos.

Hasta que cierto día llego a el un joven, con un auto a preparar para los "Caminos del Inca", importantísima carrera de Rally, llamado Ricardo Dasso, en esos tiempos nadie imaginaba que el buen Ricardo pasaría a ser recordado como "el gordo Dasso". Estos dos se harían famosos juntos. Primero uno como el ingeniero mecánico, el otro como el corredor, hasta que mi abuelo decidió integrar el equipo de la escudería del señor Dasso y participar en los caminos del inca. Los cuales ganó en alguna oportunidad según me cuenta.

Luego de eso su mundo seria el de los fierros, el de los autos. Llegó incluso a tener un programa de radio en RPP llamado "Carburando", sobre consejos para los automovilistas sobre preparación de los autos, los frenos, el motor, entre otros, a cuyo estudió en alguna oportunidad me llevó.

Incluso en la actualidad cuando tengo que ir a alguna parte con el en su auto, maneja como todo un corredor, lo cual me asustaba al principio, pero luego logro sentir la emoción de estar ahí a su lado como su copiloto.

Hace poco hablándole sobre todo esto, me enseño una columna que escribió para una revista sobre alguna de las competencias de Rally que corrió. Esta se refería a su compañero de equipo y escudería, aquel muchacho que hacia muchos años llegó al taller donde el destacaba por su erudición sobre el tema de los autos, con las esperanzas de prepararlo para su primera carrera de "Caminos del Inca".

Esta decía:

El timón siempre sujeto con las dos manos formando las diez y diez. Ricardo Dasso arranca la breve clase explicando cuál es la mejor manera de tomar el volante y luego hace derrapar un Mercedes que no es suyo por la tierra de San Bartolo. Cuesta creer lo que alguna gente que lo conoce advierte. Parece mentira cuando uno lo ve tan entusiasta como siempre, dando sus lecciones, explicando que el auto de carreras tiene que sentirse con el trasero y haciendo bromas sobre una futura operación con la que dejaría de ser el 'Gordo'. Dasso lo confirma más tarde, bien cuadrado ante una botella de Inca Kola light: está pensando en el retiro. Asegura que si hubiera ganado Caminos del Inca el año pasado habría dicho basta ahí mismo. No pudo ser y ahora dice que lo toma como un mensaje del más allá: "No te retiras todavía, compadrito". Primero quiere encontrar un sucesor.

Ese es Don Sergio, mi abuelo el corredor, mi orgullo, mi héroe de la infancia... y de toda la vida.

martes, 9 de marzo de 2010

Historia de un vergonzosa confusión


La primera y única vez que no me cobraron el pasaje de un transporte público y que además me dieron un vuelto, el cual no debía yo de recibir, sucedió hace algunas semanas.

Tenia que levantarme temprano para llegar a la U.N.M.S.M. poco antes de las 9am, cosa que conseguí con cierta dificultad. Terminó de alistarme y luego de tomar un veloz desayuno, salgo hacia al paradero, que se encuentra a algunas pocas cuadras de mi casa en Chorrillos.

Al llegar, levanto la mano derecha al ver aproximarse un vehiculo de color blanco con rayas celestes, el cual identifico como el que me llevará hasta la universidad.

Luego de subir y ver que no había más que 4 personas distribuidas en los asientos, me ubico en uno de ellos, al lado de la ventana, siempre me ha gustado estar al lado de la ventana, porque tengo la sensación de poder apoyarme en algo con seguridad.

Veo pasar al cobrador por el pasillo varias veces, pero en ninguna se acerca hacia mí para cobrarme. Yo no lo llamo, porque desde que subí discute con el chofer lo cual hace aún más evidente su mal humor.

La unidad móvil avanza, y los pasajeros comienzan a subir, hasta llegado el momento en el que la capacidad de los asientos y el pasillo es copada.

A mi me llaman la atención tres personas en particular.

Una señora que se sienta a mi lado, esas con pinta de ultramontanas y que uno se las imagina repitiendo constantemente la frase de “¡las cosas ya no son como antes!” o “¡ay! Esta juventud de ahora”.

Un borracho sentado detrás del cobrador que apoya su cabeza en sus piernas, y que a menudo deja escuchar algunos incómodos sonidos producidos por su garganta

Y un señor con terno y maletín que se apoya del pasamano casi al fondo.

Es cuando el cobrador comienza a cobrar los pasajes, pero diciendo que la tarifa de los domingos (porque era un domingo en la mañana por si no lo había mencionado) es diferente, cosa que desencadena una serie de eventos como de reacción en cadena.

Primero la señora a mi lado comienza a decirle que eso no puede ser posible, que el tipo quiere hacer su “Agosto”, pero al final esta terminó pagándole. El cobrador se justifica diciendo que es una “resolución municipal”. La gente hecha a reír. Al borracho comienzan a darle fuertes arcadas, y este inevitablemente termina vomitando. Los pasajeros comienzan a bajar del vehiculo, al menos 20 de ellos, dejando la unidad con las pocas personas que por motivos de tiempo no pueden bajarse, lo cual me incluye, lo curioso es que al llegar al borracho para cobrarle su pasaje, no se había movido.

-Su pasaje, domingos y feriados es tarifa especial-

Este mete la mano en el bolsillo de su chaqueta y saca varias monedas diciéndole:

-Cóbrate dos-

-¿Con quien más?- le pregunta el furibundo y malhumorado cobrador.

Lo que ocurrió luego de eso me dejó perplejo. Como por inercia, el borracho levanta su brazo derecho y lo pasa por sobre su cabeza señalando hacia mi lado con un dedo, siempre mirando hacia el suelo. El cobrador recibe el dinero, arranca dos boletos y se los ofrece al borracho junto con el vuelto, pero este parece estar ya demasiado cansado como para seguir moviéndose, peor aún hablar. Así que el cobrador aún más furioso, me da los boletos y el vuelto, murmurando claramente “borracho de mierda”.

Yo estaba muerto de la vergüenza y presa de la confusión, la señora a mi lado me pregunta.

–¿Hijito, es tu papá?-

-Es mi tío... ehmm, lejano- le respondo rápida e innecesariamente mirando hacia la ventana. Afortunadamente ya estábamos cerca.

Comienza a apestar espantosamente, y la gente abre las ventanas. Yo ruego porque nadie mas me haya visto u oído inventando que aquel impresentable sujeto era familiar mío.

Pido permiso a la señora y camino por el pasillo despacio, y cuando el chofer se detiene, me bajo rápidamente mostrando mi boleto al cobrador. Sospecho que la señora me mira desde la ventanilla confundida, pero no me dice nada, al menos no la escuché pues traté de cruzar la pista lo más rápido que pude. Aún asqueado, avergonzado por haber inventado esa innecesaria excusa presa de mi confusión, e incómodamente afectado por el mal humor del cobrador, me acerco hacia la entrada principal de la universidad, mostrando mi carnet y fingiendo una sonrisa.