lunes, 7 de junio de 2010

Los lápices.

Facundo comía rápido. Facundo comía tan rápido que apenas utilizaba veinte minutos de la hora y media que les daban para almorzar. Era el primero en regresar a la oficina, y se ponía a dar vueltas entre los escritorios de sus amigos.
Amaia también comía rápido, pero almorzaba lejos y tardaba en volver. Entraba corriendo a la oficina, despeinada, imitando el sonido de un reloj acelerado con el tacón de sus zapatos. Amaia siempre llevaba un lápiz en la mano, iba dándole vueltas con los dedos, lo enfundaba en su cabello, luego lo sacaba y anotaba con el lápiz, el cual finalmente adquiría el olor a shampoo.

Facundo volvía temprano a la oficina y cuando volvía se robaba el lápiz con el que Amaia había estado anotando cosas durante el día y finalmente lo metía en su cajón. Luego Amaia preguntaba si alguien había tomado su lápiz y como nadie le daba razón, iba y tomaba otro del almacén. Y sucedió así durante meses. El día en que Amaia abrió el cajón de Facundo y vio 6 docenas de lápices que olían a shampoo fue y renunció. Pensó que aquello era como trabajar con un demente. A Facundo lo botaron.

Unos meses después ambos se encontraron en una fiesta. Se perdonaron, se bebieron todos los whiskys y se fueron juntos.
Hoy estan casados, tienen dos hijas y un departamento con plantas verdes en un barrio bonito de la ciudad.

Amaia no sabe, pero cuando Facundo le hace el amor, piensa en los lápices enredados en su cabello. Y Facundo no sabe pero cuando Amaia le hace el amor, piensa en el cajón de su esposo lleno de lápices con olor a shampoo, y aunque ellos nunca más hablaron sobre ello, se amaron por siempre.

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