viernes, 13 de enero de 2012

Malditas Tentaciones.

Cuando inica uno su relación se propone reprimir intencionalmente esos arranques de coquetería que matizaron su accidentada etapa de soltero.

Estas experiencias macabras y aplicables en la cotidianidad fueron antes –no sabría explicar muy bien por qué– coqueteaba con todo ser vivo femenino que insinuara algo de movimiento. Al margen de las muchas o escasas posibilidades de correspondencia que tuviera, mi cuerpo y mi mente buscaban fabricar todo el tiempo situaciones de proximidad con ellas. No lo hacía ni por mujeriego ni por pendejerete, pues por lo menos los mujeriegos y pendejeretes suelen tener éxito en sus intentonas. Lo mío era al revés. Algo así como el puro gusto de fallar, pues a pesar de que la mayoría de veces mis amagos de seducción terminaban en francos estropicios, la absurda genética me llevaba a meter la pata una y otra vez en el mismo bache.

Por eso desde que empecé a estar con M tomé conciencia y suspendí esa torpe propensión al gileo fallido. “Ahora que he encontrado una chica buena y bonita, ya no necesito estar seduciendo a nadie”, me repetía a mí mismo, aliviado. Sin embargo, no todo ha sido tan fácil. El destino –que en complicidad con la ironía se ha acostumbrado a agarrarme de punto– me ha hecho padecer en las últimas semanas tentaciones, digamos, tragicómicas. No entiendo por qué ahora, que tengo novia y que vivo un cierto período de calma y estabilidad sentimental, empiezo a toparme con chicas guapas por todos lados. Lo peor no es eso, sino que siento que esas linduras de pronto se fijan en mí de un modo sugerente, pícaro, hechicero. Y aunque asumo con firmeza la decisión de no hacerles NINGUN caso, me pregunto con legítimo desconcierto: ¿Por qué carajo las mujeres no me coqueteaban de esa manera cuando yo estaba soltero, disponible, deseoso de besarlas y de practicar con ellas el más efusivo combate cuerpo a cuerpo? ¿Por qué? ¿Por qué justo ahora que mi noviazgo con M coge un vuelo más o menos firme, estas chicas ricotonas –cuales vampiresas enviadas por algún enemigo siniestro que me quiere hacer pisar el palito– se me aparecen sistemáticamente?

Por ejemplo, hace unas semanas fui al Banco, me senté a esperar mi turno con el papelito electrónico en la mano, y cuando me acerqué a la ventanilla noté que me atendía una chica excesivamente linda. ¡Lo sentí tremendamente injusto! Desde que tengo uso de razón cada vez que he ido a hacer un trámite al banco siempre me ha tocado ser atendido, si no por hombres, por chicas malgeniadas, regordetas, o por viejas antipáticas, desgreñadas y bigotudas. Nunca me tocó una como esa Miss Universo, esa beldad que me sonreía al otro lado del mostrador y me eclipsaba, me engatusaba, haciéndome olvidar para qué diablos fui: si a pagar cuentas, a cobrar un cheque o a qué.

–Hola, ¿en qué puedo ayudarte?, me dijo, ladeando la cabeza como toda una modelo profesional.

–¿Ah? ¿Qué? Ah… sí, este, vine para…

Que al lector le quede clara una cosa: no deseo estar solo, deseo estar con M, pero si estuviera soltero no hubiera dudado un segundo en pedirle el teléfono a esa ninfa. Claro que si se lo hubiese pedido, seguramente hubiera rebotado como una pelota de goma, pero nada me habría impedido intentarlo.

–¿Puedo servirte en algo más?, me preguntó, riéndose, malévola.

Y yo quería decirle que sí, que me sirviera un trago y me contara su vida entera ahí mismo. Quería decirle que aceptara salir conmigo, pero tuve que morderme los labios y responderle como un eunuco ruborizado.

–No, gracias, eso es todo. Has sido muy amable.

Salí del banco embobado, pero de inmediato evoqué el rostro de M y me quedé tranquilo. Su recuerdo –es decir, el recuerdo de que somos enamorados– me sirve de usual antídoto, de anestesia para apaciguar al diablillo saltón que revolotea en mi cabeza como un mono erótico enjaulado, pues yo estoy enamorado de ella. Esa misma mañana fui después al hospital, debia someterme a un incómodo pero no menos saludable, lavado de oido. Y entonces volví a sufrir. Ocurría que el doctor había cambiado inesperadamente de enfermera. Ya no estaba esa viejecita medio jorobada que me atendía de mala gana el día anterior. No. Ahora quien la reemplazaba era una apetecible muchacha de unos veintidós años. Y no llevaba por uniforme el aburrido mandil ni las gastadas chancletas que la vieja vestía. Al contrario: llevaba unos tacones y una apretada minifalda que dejaba ver un par de piernas de antología. Sin duda, las mejores yucas de todo el hospital y alrededores. Cuando la observé de reojo desde la silla en la sala de espera, la pillé mirándome. Entonces me levanté, le pregunté desde cuándo trabajaba allí, y me enteré de que era la sobrina del doctor, que aún era estudiante y que estaba ayudando temporalmente a su tío. Yo la miraba mordiéndome la boca. Quería decirle que también podría ayudarme a mí a calmar ciertas urgencias, pero me abstuve y me quedé mudo como un marciano asexuado. Otra vez, para salir del trance, pensé en la cara de M, suspiré en silencio, me calmé y me volví a sentar como un niño obediente, yo estoy enamorado de ella. Durante las últimas semanas he vivido varios pasajes como esos. ¿Sí o no que parece una inoportuna broma de mal gusto? ¡Nunca antes me crucé con tantos pimpollos en tan corto tiempo! Para colmo, varias de esas canallas me dedican guiños, muecas comprometedoras, como dándome pie a que las aborde. Felizmente, hasta ahora he logrado domar mis impulsos, en nombre de la madurez que mi edad supone y del noviazgo en el que me he aventurado.

Cuando estoy con M todo es más fácil, pues solo la miro a ella. No es una justificación machista, pero creo que los hombres somos unos mirones descarados por naturaleza. Desde niños nos encanta mirar. En el colegio, por ejemplo, los chicos debutan en esos curiosos menesteres buscando ávidamente levantar las faldas de las niñas o tratando de colocarse debajo de las escaleras para ‘ganarse’ con el primoroso espectáculo de un calzón. Con el tiempo, ese móvil inocentón da paso a una fijación más oscura, una debilidad permanente. Quizá eso explique por qué el hombre consume pornografía, a diferencia de la mujer, cuyas excitaciones requieren de estímulos menos explícitos.

Si las mujeres son más auditivas, nosotros somos más visuales. Si ellas prefieren oír cosas ricas (palabras tiernas, canciones románticas, piropos delicados), pues a nosotros nos gusta ver cosas ricas y toquetearlas con los dedos y las uñas de la imaginación.

Cuando estamos solos en la calle y vemos pasar a una chica de anatomía voluptuosa y formas turgentes, la perseguimos con la mirada hasta saciar nuestra curiosidad. ¿Por qué? Pues no sé. Hay quienes piensan que se debe a un morbo degenerado y enfermizo, pero creo que –para bien o para mal– el temperamento de los varones es así: más básico, más primitivo, más animal, más cárnico, más bestia.

De todos modos, estar con novia en lugares públicos te obliga a reprimir esa mirada lasciva que suele activarse de manera automática.

Cierta vez M estaba conmigo en una reunión de amigos, dado un momento la tomé del brazo y la arrastré hasta la 'pista' de baile. Nos pusimos a bailar como trompos, dando vueltas e improvisando coreografías. Me encanta bailar con ella porque me hace perder el sentido del espacio y le quita total importancia a lo que está al rededor. Bailar con ella es como estar en un refugio, lejos de los pensamientos pecaminosos que me asaltan cuando me quedo parado, contemplando a la multitud como un zombie atarantado.

Cuando bailo con M puedo dedicarle toda mi atención, puedo concentrarme exclusivamente en su rostro, y olvidarme por completo de las cajeras coquetas, las enfermeras de piernas torneadas y todo lo demás, pues aunque ante los ojos de los demás (ni los mios propios) no lo paresca, yo solo tengo ojos para ella.

Nadie me ha sabido explicar por qué las tentaciones se multiplican cuando estás con novia, y por qué nadie te tienta cuando estás solo como un perro vagabundo. Si alguien tiene una respuesta, este es el momento de compartirla.

2 comentarios:

  1. Paseando por el ciberespacio me he tropezado con tu blog por casualidad, y me ha encantado!

    Hoy tengo un día regular, y me has sacado una sonrisita!

    Tienes un blog estupendo, así que ya tienes una seguidora más!

    Yo, por mi parte, invitarte a visitar el mio: http://maramaruja.blogspot.com donde comparto mis recetas y trucos caseros.

    Un saludo,

    Mara

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  2. Comentarios así motivan y levantan el ánimo de cualquiera. Se agradece muchísimo tu aprecio Mara, trataré de ser mas constante y actualizar el blog mas que de vez en cuando.

    Tu comentario animó esta cálida noche de verano y ten la seguridad de que te seguiré, también solia ser un fanático de las recetas de todo tipo pero por cosas del destino me alejé de eso.

    Me volveré fan nuevamente de la cocina gracias a ti.

    Sinceramente, gracias.

    Fabrizio.

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